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En este artículo os contamos algunos conceptos clave para entender por qué la comunicación inclusiva es esencial para avanzar hacia una sociedad igualitaria y equitativa.

Decía Adela Cortina que lo que no se nombra no es que no exista, sí existe, solo que no se ve, se ignora y se oculta. El uso del lenguaje oculta realidades para no tener que verlas y, por lo tanto, reconocerlas. El reconocimiento, dice Ana de Miguel en Ética para Celia, debería ser un derecho del ser humano, expresado a tarvés de la comunicación, tanto de acciones como de palabras. Todas las personas merecemos ser dichas, reconocidas. Uno de los objetivos del lenguaje inclusivo es precisamente ese: hacer visible y explícito lo invisible, pero real.

Para hablar de lenguaje inclusivo o, mejor dicho, de comunicación inclusiva, debemos enfrentar diferentes conceptos clave: pensamiento y lenguaje, lengua, y política.

Se ha dicho siempre que el lenguaje es algo vivo, cambiante, flexible y amplio, que evoluciona con las sociedades a través de sus agentes: las personas. Son ellas las que han creado y las que lo utilizan continuamente, ¿por qué no ser ellas también las que lo cambien para que refleje sus pensamientos? Al final, eso es lo que es el lenguaje, un transmisor de los pensamientos y sentimientos del ser humano.

En castellano, uno de los idiomas más ricos, tenemos lo que muchos otros: el género gramatical. ¿Es posible que el género gramatical moldee la manera en la que pensamos? Efectivamente, es posible. A todos los sustantivos se les asigna un género (masculino o femenino). Un ejemplo sencillo, la luna en castellano es feminino, no solo gramaticalmente hablando, sino ent odos los sentidos. "La" le otorga a luna unos atributos que hemos establecido como femeninos. En los cuentos infantiles, por ejemplo, muchas veces el sol (hombre masculino) está enamorado de la luna (mujer femenino) y se quieren casar. En alemán, sin embargo, es al contrario, el sol es femenino, y la luna femenina. ¿Cambian sus atributos? ¿Su significado?

Lera Boroditsky nos explica cómo el lenguaje moldea o puede moldear la manera en la que pensamos. La incógnita está clara: ¿hablamos como pensamos o pensamos como hablamos?. ¿Sería posible cambiar la manera en la que pensamos, como sociedad, cambiando la manera en la que nos comunicamos? Las teorías dicen que sí, que el lenguaje es una vía, un uso que le damos y que está directamente relacionado con la sociedad y el contexto en el que nos relacionamos.

Otro de los conceptos importantes es la lengua. Una de las críticas más comunes que se le hace al lenguaje inclusivo es que transforma y deforma el castellano, esto se hace desde las clases más puristas de mis compis los filólogos y, por desgracia, también las filólogas. Sin embargo, siguiendo en la línea de antes, ¿es la lengua en sí machista? ¿o lo es el uso que hacemos de ella? Si el castellano nos ofrece diferentes alternativas sin tener que recurrir a la inventiva, por qué no utilizar eso en lugar de construcciones que hemos creado como sociedad machista y que son, entonces, machistas. Si la lengua es un reflejo de la realidad, qué realidad queremos reflejar, y por qué nuestra comunicación y el castellano que utilizamos invisibiliza gran parte de esa realidad. Con esta vuelta de tuerca quiero decir que, aún sin tener que recurrir a inventar nuevas palabras o construcciones, tenemos alternativas de sobra para comunicar de manera inclusiva. Inventar, sin embargo, es evolución. El lenguaje es, como ya hemos visto, evolución. Aquí tocaría hablar de la RAE, pero vamos a dejarlo para otro artículo o podéis leer a María Martín y su Ni por favor ni por favora.

Por último, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad y que todo es política, y político. Mercedes Bengoechea dice que si nuestra sociedad está construida sobre estructuras que jerarquizan y discriminan, es normal que nos comuniquemos para preservar esas jerarquías, que nuestro sistema de creencias nos haga ver normales cosas injustas y que tengamos unos marcos conceptuales basados en la desigualdad. Teresa Meana considera que el sexismo y androcentrismo del lenguaje solo tendría solución definitiva si cambian las estructuras sociales y marcos conceptuales que producen y potencian el uso machista de la lengua. Para llegar a este cambio, Meana demanda que se nombre a las mujeres en su vida privada y pública, que se altere y retoque la lengua (ya que es algo vivo y evoluciona) para retocar la mentalidad y conducta de las personas que usan esa lengua. Estas teorías están directamente relacionadas con los modelos y referentes que comunicamos, modelos solo masculinos o solo femeninos, y qué consecuencias tienen.

No podemos negar tampoco que toda esta es una cuestión política, porque el lenguaje es político, las sociedades son ideológicas y el uso que se hace de la comunicación es deliberadamente político. Porque la política es la vida en la polis, y hace ya unos siglos que las mujeres conseguimos nuestro espacio en la vida pública. Nombradlo, que no pasa nada.

Nuria de Pablo Sánchez

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