El debate en torno a la prostitución viene siendo causa de división histórica dentro del movimiento feminista. El dilema eterno en torno a regular u abolirla ha conseguido polarizar las posiciones dentro del movimiento.
El debate en torno a la prostitución viene siendo causa de división histórica dentro del movimiento feminista. El dilema eterno en torno a regular u abolirla ha conseguido polarizar las posiciones dentro del movimiento. Las nuevas leyes introducidas como la popularmente llamada ‘Ley del solo sí es sí’ han vuelto ha sacar a la luz la importancia de este debate, ya que prohíbe la difusión de la prostitución con nuevas sanciones. Por ello, nuevamente se plantea si la prostitución es un derecho u otra forma de explotación que se da hacia las mujeres.
La prostitución ha sido entendido como (i) un hecho que convive en los márgenes; (ii) un asunto aislado de la realidad y, a raíz de esto, (iii) un problema sin efectos signficativos sobre los demás individuos. En este artículo, queremos incidir en que la prostitución es un negocio internacional que se sustenta en la desigualdad de género y en la expulsión de las mujeres vulnerables de sus comunidades (Cobo, 2019). En segundo lugar, la prostitución y las redes de trata que las envuelven se fundamentan en la sociedad patriarcal en la que se reproducen, vinculando estrechamente la prostitución a las estructuras sociales y a las dinámicas de poder que se dan en ellas. En tercer lugar, cabe añadir que tanto la transformación de la geopolítica mundial tiene efectos en la prostitución, como a la inversa. Según Rosa Cobo, la prostitución como negocio internacional se fundamenta en las relaciones de poder (patriarcado), el factor económico (capitalismo liberal) y la raza-clase (Cobo, 2019).
Los datos acerca de la prostitución son claros; los mayores consumidores de ésta son los hombres y, en el caso de las mujeres, los números de consumidoras son prácticamente nulos. La última encuesta que encontramos del ámbito es del 2008; en ésta, el 32,1% de los hombres reconocieron haber consumido prostitución al menos una vez, mientras que las mujeres sólo representaban el 0,3%. En las edades más altas (+55 años) se aprecia una mayor tendencia de haber consumido más de una vez, aunque ésta empieza a ser significativamente más alta que la de una sola vez entre los encuestados a partir de los 25 años. En cuanto al consumo habitual, el 4,6% de los hombres habían pagado por prostitución en el último año (2008), siendo porcentajes parecidos en todos los tramos de edad hasta los 65 años, donde se reducía hasta el 2,4% (CIS, 2008).
Con estos datos tratamos de visibilizar el auténtico problema de que la prostitución siga existiendo, a saber, el consumidor. Desde la sociedad se tiende a poner el foco sobre la mujer prostituida, atacándola nuevamente por ser mujer, y no en el consumidor, siendo, como hemos podido comprobar, la mayoría hombres. Por ello, queremos remarcar la importancia de poner al consumidor en el centro, pues es él quien está tratando a una mujer como un objeto que se puede consumir y, por lo tanto, perpetuando el machismo y la misoginia imperante en la sociedad. Del mismo modo, detrás de estas prácticas suele haber una persona (chulo/proxeneta), que utiliza el cuerpo de otras mujeres para obtener un beneficio económico, sobre quien también debemos poner el foco. Claramente es la mujer prostituida la que queda expuesta, invisibilizando a todas las personas que perpetúan la situación de explotación de estas mujeres que, además, son mayoritariamente hombres.
Causas de la prostitución
A nivel social
Aunque son diversas las causas de la prostitución a nivel social, la principal y más clara es el machismo que aún sigue presente en nuestra sociedad. Es desde el mismo sistema patriarcal desde donde se impulsa la prostitución por medio de diferentes prácticas, más o menos sutiles, que objetualizan el cuerpo de las mujeres justificando su consumo. Estas dinámicas crean una sensación de poder sobre el cuerpo de las mujeres y de que éste está disponible para su consumo. El sistema patriarcal intenta justificar la prostitución en base a decir que su existencia es inevitable, argumentando que la prostitución como institución siempre ha existido y, por ende, siempre existirá (Cobo, 2019).
La manera más sutil en la que se nos introduce es por medio de la hipersexualización femenina a través del cuerpo de las mujeres, desde edades muy tempranas, que se da en la sociedad. Esto se traduce en una cosificación de las mujeres, en especial de su cuerpo, que únicamente sirve como objeto sexual. No hay que entender la sexualidad y sus diferentes expresiones como algo malo, pero cuando ésta se utiliza únicamente para el placer de los hombres es un problema. Este mensaje se manda continuamente a las jóvenes y se ve en las redes sociales, por ejemplo, con la hipersexualización para ganar likes y seguidores porque es lo que la sociedad demanda. Esto se ha traducido en la creación de nuevas redes sociales, como son el caso de Onlyfans o de SugarDaddy, que justifican la pornografía y, por tanto, la prostitución (Jaenes, 2022).
En la pornografía podemos observar una práctica que justifica la prostitución de manera obvia. Los datos sobre el consumo de ésta son cada vez más alarmantes, ya que, según diferentes estudios, podemos observar cómo la edad más temprana de los varones de consumir pornografía es de 8 años, normalizando su consumo a los 14 en hombres y a los 16 en mujeres. Este contenido normaliza numerosos comportamientos insanos hacia la mujer, como son la violencia o la objetualización (RTVE, 2019).
Se ha tratado de legitimar la función educativa en las relaciones sexuales que tiene la pornografía. Sin embargo, esta concepción es insostenible. Según Szil, si la pornografía fuese educación sexual informaría sobre las enfermedades de transmisión sexual, esto es, de los riesgos que tienen las relaciones sexuales; sobre el consentimiento; sobre la diversidad sexual e identitaria; sobre los métodos anticonceptivos; y sobre las ETS. En el porno, este tipo de mensajes no son reproducidos para los consumidores. Por otra parte, la educación sexual surge para informar y, en cuanto ha obtenido los resultados esperados, desaparece; mientras que la pornografía no se comporta así (Szil, 2018).
Con todos estos factores, se crea un perfil de putero que utiliza la prostitución como una relación de poder en la que se siente superior como para poder consumir el cuerpo de una mujer. Esa necesidad viene dada por todo lo que hemos comentado que nos dicta la sociedad, hipersexualización y mujeres-objeto, necesidad de sexo y superioridad del hombre en la pornografía.
A nivel demanda: el putero
La continuación de la prostitución está directamente relacionada con la demanda de éstas, es decir, con la existencia de puteros. Está claro que con la ausencia de esta demanda desaparecería la prostitución, por lo que es otra de las principales causas para que este problema siga existiendo. Según los estudios consultados, las causas por las cuales el putero consume la prostitución varían, no pudiendo concluir un perfil específico de putero. Factores como la edad, el sector de actividad, la clase, el nivel de educación adquirido, el entorno familiar, la religiosidad o el entorno rural o urbano son algunos de los determinantes. Así, por ejemplo, los jóvenes con educación superior no tienden a declarar haber pagado por relaciones sexuales en una proporción tan grande como aquéllos que no tienen educación superior.
La justificación del putero en consumir la prostitución es, a día de hoy, el modelo neoliberal por el cual, si todo el mundo es dueño de las acciones que hace, entonces la transacción o intercambio en el que entra la mujer prostituida y el putero es simplemente una relación del sexo a cambio de dinero, donde ambos son igualmente libres de consentir en dicho ejercicio. Podemos aludir al mito de la libre elección del que habla Ana de Miguel. De esta manera, a ojos del putero, la prostitución se reduce y debe reducirse al aspecto económico, donde los puteros tienen derechos en tanto que consumidores y las mujeres prostituidas son meras trabajadoras que, en su caso, utilizan su cuerpo y el sexo para ganar dinero. Por otra parte, cabe decir que definir la prostitución como el sexo a cambio de dinero reduce la concepción del sexo al sexo masculino, en el que relación sexual iniciada y finalizada es en base a la satisfacción y el goce de los hombres.
La reducción de la prostitución a una transacción económica no sólo supone dificultades en cuanto a desdibujar el funcionamiento y los efectos que tiene el negocio en conjunto, sino que es obviada toda la responsabilidad que el propio putero tiene en el mantenimiento y en la reproducción de que la prostitución continúe existiendo. Esto es, el putero se desliga y se desentiende del aspecto moral, estableciendo que en una transacción económica no hay cabida para los valores éticos.
Es importante señalar que el concepto del consentimiento y de la voluntariedad para el caso de las mujeres prostituidas es difícil de sostener cuando miramos a los problemas de la libre elección y al contexto en el que se da dicho consentimiento. La mujer prostituida que entra en el negocio “voluntariamente” entra en relación a un contexto vulnerable y de necesidad, donde el consentimiento debería ser tomado con pinzas. Es posible que, debido a las expectativas, a la manipulación de los sueños y los deseos de la mujer, se la pueda convencer a que la prostitución pueda ser una buena opción. Sin embargo, quien consiente hoy puede no consentir mañana. La comprensión dinámica y procesual de cómo opera en las personas el consentimiento no es suficientemente tenido en cuenta cuando se les señala a las mujeres prostituidas que “ellas dijeron que sí a estar dentro del negocio”.
Cuando sospechamos de la defensa del putero sobre el consumo de la prostitución, debemos preguntarnos si la razón fundamental de lo que hacen es el sexo o si, acaso, es el poder. Desde una perspectiva de género, el mantenimiento del control de la sexualidad a través de la prostitución es una de las formas por las que se garantiza el acceso de los hombres al cuerpo de las mujeres, a disponer de él como quieran y cuando quieran (Cobo, 2019). La manifestación de la motivación del poder en el consumo de la prostitución es percibida tanto en el consumo esporádico como frecuente, a saber, la exhibición del poder del putero frente a sus amistades en el consumo esporádico de la prostitución es un caso paradigmático a tener en cuenta.
El ensayista y profesor de la Universidad de León Enrique Javier Díez arguyó hace ya una década, que “cada vez son más los hombres que buscan prostitutas para dominarlas, más que para gozar sexualmente con/de ellas: los hombres han experimentado una pérdida de poder y de masculinidad tradicional, y no consiguen crear relaciones de reciprocidad y respeto hacia las mujeres”. (...) Los últimos cálculos de la Policía Nacional, de hace al menos tres años, apuntan como mínimo a la existencia de 1.600 prostíbulos en España. Solo prostíbulos. (Valdés, 2022)
A nivel oferta: la mujer prostituida
Cuando hablamos de las causas que llevan a las mujeres a la prostitución tenemos que hablar directamente de la pobreza femenina. En contra del falso mito de la libre elección, la principal causa que alimenta la prostitución es la pobreza. Aunque no se puede hacer un estudio exacto sobre las cifras de mujeres en redes de trata con fines de prostitución, desde el gobierno se ha estimado que el 90% de mujeres dentro de la prostitución son víctimas de trata. En estos casos la mayoría son mujeres migrantes, que para huir de su país en busca de un futuro laboral mejor, han utilizado mafias que luego las han forzado a prostituirse para saldar una deuda que nunca finaliza (Europa Press, 2022).
Las mujeres que están fuera de redes de trata también atienden a un patrón de pobreza, pues es la necesidad económica la que las lleva a la prostitución. La necesidad en las mujeres les lleva a no tener otra alternativa que vender su cuerpo como única salida a su situación económica. Nuevamente es una situación de violencia que se da hacia las mujeres por el hecho de ser mujeres y, además, pobres.
La violencia y la prostitución están directamente relacionadas. En las redes de trata, obviamente, se da esta violencia, ya que se está obligando a una persona a actuar contra su voluntad. A parte de esto, las redes de trata tienen a las mujeres prostituidas en situaciones de semiesclavitud y en condiciones de vida infrahumanas. A todo esto hay que añadirle la propia violencia que se da en la prostitución, donde el putero tiene carta libre para hacer lo que quiera con la mujer.
Incluso para aquellos casos de prostitución “voluntaria”, en un estudio con 854 personas en dicha situación en 9 países (Alemania, Canadá, Colombia, Estados Unidos, México, Sudáfrica, Tailandia, Turquía y Zambia), el 71% de las entrevistadas afirma que fue agredida físicamente ejerciendo la prostitución, el 63% fue violada, el 89% querían escapar de la prostitución pero no tenían opciones para sobrevivir, el 75% había estado sin hogar en algún momento de su vida y el 68% sufría de trastorno de estrés post traumático (Farley, 2003). De hecho, este tipo de datos con respecto a las mujeres prostituidas que lo ejercen “voluntariamente” deberían reforzar el pensamiento de que las mujeres que ejercen la prostitución son, fundamentalmente, víctimas.
La propia cultura de la hipersexualización de las mujeres en tiempos en los que se piensa que se ha logrado todo en materia de igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres (Cobo, 2019), repercute en la difuminación de las líneas entre el empoderamiento de las mujeres y la violencia simbólico-sexual ejercida sobre ellas. Esta disolución y borrado de lo que es claramente agresión, violencia y los deseos de las mujeres se manifiesta en las nuevas maneras digitales que ha tomado la prostitución y las formas en las que, ni el consumidor ni la mujer prostituida es demasiado consciente de que, en última instancia, continúa tratándose de la venta/exposición del cuerpo de la mujer para el disfrute del hombre. Para el putero, la digitalización de la prostitución confiere intimidad, anonimato, además de mayor facilidad. Para la mujer prostituida, dicha digitalización trae consigo nuevas violencias producidas por los rankings y las reseñas que los puteros tienen “derecho” a comentar sobre ellas. Para la red de trata, la prostitución digital está suponiendo una disminución en las detenciones por proxenetismo.
Consecuencias de la prostitución
Efectos en la mujer prostituida
La prostitución tienen unos efectos en la salud de la mujer prostituida que son agravados por el hecho de no ser voluntaria. Estos efectos tienen distintos tipos de carácter como pueden ser psicológico, social, o directamente que atenten contra su salud física. El más claro y que todos podemos observar es en lo que respecta a la salud sexual. Muchas veces dentro de la prostitución se llevan a cabo prácticas sexuales de riesgo sin tomar las precauciones adecuadas. Esto puede derivar en enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados u otros riesgos para la salud. Estas prácticas vienen directamente relacionadas con la objetualización de la mujer por parte del putero y la necesidad de la mujer prostituida de no tener otra alternativa económica.
Sin embargo, los traumas psicológicos son más difíciles de identificar, ya que no son visibles y se tiende a invisibilizarlos aún más en el caso de la prostitución. Los suicidios son el máximo exponente de las enfermedades mentales y, en el caso de la prostitución, también ocurren. En internet se pueden encontrar numerosas noticias sobre casos de explotación sexual en los que han acabado con el suicidio de una mujer. Estos también son visibles, pero los traumas que muchas veces dejan las prácticas sexuales y que sufren la gran mayoría de mujeres prostituidas no, lo cual no significa que no estén presentes. Las prácticas sexuales violentas, el ejercer contra su voluntad, la necesidad que les lleva a la prostitución y muchos más factores desgastan mentalmente a estas mujeres. A todo esto debemos de sumarle que en la mayoría ocasiones se encuentran aisladas socialmente, dejándolas sin una red de apoyo que les pueda ayudar, y que incrementa el riesgo de las enfermedades mentales que les puedan surgir.
Todo esto nos lleva a otra de las consecuencias que es el aislamiento y la exclusión social. Desde las redes de prostitución interesa que estas mujeres estén aisladas, ya que, la falta de una red de apoyo que las pueda sacar o ayudar economicamente, las hace más dependientes de la prostitución. Además, el hecho de que muchas de las mujeres que ejercen la prostitución sean mujeres migrantes en situación irregular significa que los lazos familiares y de amistad más estrechos suelen estar en el país de origen, unido a que el propio negocio de la prostitución obliga a muchas de estas mujeres moverse constantemente a distintas ciudades, además de las largas horas de trabajo y la disponibilidad 24 horas al día para el putero de las condiciones no permite tiempo significativo para el ocio o el tiempo personal suficiente, por lo que crear vínculos estrechos y significativos con otras personas genera aún mayor dificultad, no pudiendo lograr una integración comunitaria y unas relaciones interpersonales beneficiosas fuera del propio ámbito de la prostitución (Pinedo & López, 2015). De esta manera, el riesgo de exclusión social y aislamiento de estas mujeres es mayor que el riesgo que sufre el resto de la población.
A raíz de la marginalidad, se crea un retrato de la mujer prostituida que la deshumaniza completamente y, este mensaje, transmitido a la sociedad se traduce en violencia directa en los espacios públicos. Por ello podemos ver burlas, menosprecio o directamente agresiones verbales y físicas hacia las mujeres prostituidas. Esta violencia no hace más que reforzar las otras consecuencias que hemos mencionado, los riesgos psicológicos, el aislamiento, la deshumanización y la objetualización de éstas mujeres.
Efectos en el putero
Las causas que llevan a los puteros al consumo de la prostitución se fundamentan en una concepción errónea o en una ausencia conceptual de la educación afectiva-sexual aprendida, que desvaloriza los afectos y las emociones propias y las de los demás, centrando la atención exclusivamente en la relación coital. De esta manera, los efectos que tiene sobre el putero el consumo, tanto esporádico como frecuente, de la prostitución, son una dependencia o una adicción a dicho consumo, las consecuencias económicas derivadas del pago por sexo, y las consecuencias para los familiares del putero así como el abandono de la familia, en caso de tenerla. La dependencia que produce la prostitución se comporta de manera similar a la dependencia a la pornografía de la población masculina, en tanto que el concepto que se forman de la sexualidad a través de la pornografía, donde no se aprecia la diferencia entre fantasía y realidad, produce un regreso constante a la pornografía para reafirmar dicho concepto de qué es la sexualidad (Szil, 2018).
Además, la disponibilidad de los cuerpos de las mujeres en manos de los hombres y la violencia presente en el acto prostitucional puede aumentar el riesgo de que los puteros ejerzan la violencia sexual y de género en ámbitos más allá de los burdeles.
Efectos sociales
Pese a existir la Convención sobre la Trata de Personas y la Explotación de Otros (1949), el Protocolo de Tráfico (2000), Protocolo Contra la Trata de Personas de las Naciones Unidas (2003), el Informe Mundial Sobre la Trata de 2014 estima que hay redes de trata en todos los países del mundo, donde “las corrientes transregionales de la trata se detectan principalmente en los países ricos del Oriente Medio, Europa Occidental y América del Norte” y que “esas corrientes afectan a víctimas del “Sur Global”; principalmente de Asia Oriental y Meridional y del África subsahariana.” (UNODC, 2014: 7). No sólo es un hecho su existencia, sino la impunidad de los traficantes. La prostitución y la trata con fines de explotación sexual debe entenderse en la red de trata global, en la multiformidad de las corrientes regionales, subregionales e internacionales que se crean, así como la vulnerabilidad y la desesperación que lleva a las mujeres a ser parte de esta red. Tampoco debemos olvidar que está aumentando la trata con fines de explotación sexual en el caso de niños y niñas, siendo la proporción de niñas por niños 2:1 (UNODC, 2014).
La prostitución tiene, por tanto, efectos en la reproducción y el mantenimiento de un orden social que legitima y acepta lucrarse de la explotación sexual de las mujeres, que normaliza la situación de las mujeres que venden su cuerpo por necesidad extrema, que es indiferente o hace oídos sordos a la economía irregular en la que se sustenta y que refuerza la masculinidad hegemónica basada en el poder, la violencia y el deseo masculino.
Desde el movimiento feminista y el feminismo académico, se es ciego y parcial en cuanto a las necesidades de las mujeres y las demandas que son más urgentes. Además, se tiene una imagen poco realista e idealizada de los avances de las mujeres cuando es comparado con la situación de las mujeres racializadas y de nacionalidad extranjera en nuestro país. El debate de la prostitución donde el diálogo no tiene en cuenta el miedo, la desesperación y el sufrimiento, es un debate superficial, equívoco y que no intenta comprender la magnitud del problema que está detrás de la prostitución como negocio internacional. El peligro social está en darle credibilidad a la libertad, a ser consecuente con las acciones de las prostitutas y al consentimiento en el contexto de estas mujeres.
Soluciones y conclusión
La solución que proponemos es clara, la abolición de todo tipo de prostitución. Esta política no puede venir sola, pues supondría dejar a un gran número de mujeres pobres desamparadas. Junto con ello, se debe plantear un programa de inserción laboral que facilite a estas mujeres unos estudios que les den una posible salida profesional futura. La persecución de estas prácticas tiene que ir enfocada en una dirección clara, hacia el putero y el proxeneta que son quienes perpetúan una violencia contra las mujeres.
Del mismo modo, hemos identificado que la hipersexualización de las mujeres en la sociedad se transforma en la objetualización del cuerpo de las mujeres, y que finaliza justificando la prostitución. Un factor importante para que esto siga ocurriendo es la pornografía y lo extendida que está en la sociedad. Es por ello que, del mismo modo que con la prostitución, debemos de acabar con esta práctica que lo único que consigue es denigrar a las mujeres. En ningún caso se puede comparar la pornografía a la educación sexual, pues no sólo muestran prácticas para nada realistas y alejadas del placer de ambos sexos, sino que, además, si fuera únicamente por educación sexual una vez alcanzada esa educación sexual dejaría de verse, cosa que no pasa.
Este punto nos lleva a la próxima solución que vemos necesaria, que es la educación afectiva-sexual desde edades tempranas. Oponiéndose a los peligros de los que se habla en la opinión pública de dicha educación en los centros educativos, es necesario entender las ventajas que suponen, como la capacidad de enseñar a los niños y niñas cuándo decir ‘no’ a un tocamiento que es inapropiado, cuándo decir ‘no’ a una relación sexual sin protección o no consentida, etc. Hay que enseñar a las niñas y niños la resolución de conflictos de modos no violentos, la capacidad de manejar los sentimientos y emociones propias y de los demás, así como la generación de relaciones sanas, donde la sexualidad no excluya a la afectividad.
En tanto que la pornografía y la prostitución utilizan la deshumanización de las mujeres para su ejercicio, la educación afectiva-sexual tiene que estar centrada en la dignidad de las personas. Esto conlleva modificar y eliminar los estereotipos sexistas de las redes sociales, de la publicidad y de los medios de comunicación que muestran a las mujeres sólo como un cuerpo, nunca realizando una actividad significativa.
En definitiva, la mirada centrada en el putero y, por tanto, en la demanda de la prostitución, significa cambiar el discurso que percibe dichas prácticas normales y aceptables. Regularizar la prostitución tiene la consecuencia de proteger a los proxenetas y a las redes de trata, no a las víctimas que son las mujeres. No podemos tener una sociedad basada en la igualdad de hombres y mujeres si la prostitución tiene cabida. Empeñarse de forma real en eliminar la violencia de género y la violencia sexual que sufren las mujeres pasa necesariamente por eliminar todas las prácticas que exacerban, acentúan y mantienen dicho control de las sexualidad femenina como es en la prostitución.
Para que todas soluciones puedan ser efectivas, es necesario un mayor seguimiento de los datos correspondientes al consumo de la prostitución, además de que los datos estén desagregados por nacionalidad, clase, edad, etc. Por otra parte, debe haber una respuesta unificada por parte del Estado y la Policía para identificar las redes de trata, controlar que nuevas redes no surjan así como acompañar y asesorar a las mujeres que son sacadas de la prostitución para formarlas, cuidarlas y darles otra forma de vida.
Redacción: Ana E. Marcos y Guillermo Martínez
Edición: Nuria de Pablo Sánchez
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